Existen dos tipos de personas las que huyen del dolor o las que se orientan hacia el placer
No corrió porque le dijeron que se iba a caer y aún así se cayó.
No compartió porque le dijeron que iba a perder cosas y aún así las perdió.
No salió en invierno porque le dijeron que podía enfermar y aún así enfermó.
No se enamoró porque le dijeron que le podían dañar y aún así le dañaron.
No emprendió porque le dijeron que era peligroso y aún así sintió el peligro.
No tuvo amigos porque le dijeron que tarde o temprano le traicionarían y aún así sintió la traición.
No gastó porque le dijeron que se iba a quedar sin dinero y un día le robaron.
No comió determinadas cosas para no engordar y aún así engordó.
No visitó otros países porque era poco seguro y aún así sintió la inseguridad.
Cuando se puso a repasar su vida, se dio cuenta que había tenido una vida miserable, una vida llena de cosas sin hacer.
Pasó todo el tiempo, queriendo evitar el dolor y lo único que tuvo fue eso que quiso evitar.
Echo la vista atrás y se dió cuenta que no había vivido, había sobrevivido y ya no había vuelta atrás.
En vez de poner su objetivo en lo que quería, lo puso en lo que no quería y ahora se daba cuenta del daño que se había hecho a sí mismo.
Respecto a la forma de reaccionar ante la realidad existen dos tipos de personas, aquellas que buscan evitar el dolor, por miedo a que les pueda suceder algo que lo más probable es que les vaya a suceder; y aquellas que se orientan hacia el placer, hacia su objetivo real, sin distorsionar la realidad y viendo en cada circunstancia de su vida una oportunidad para mejorar.
Un detalle tan pequeño cómo preguntarte si te estás planteando bien tu objetivo, si estás orientado a querer evitar o huir, o estás orientado a todo lo contrario, a hacer y conseguir, puede dar la vuelta a tus resultados en la vida.
El cerebro es una máquina perfecta que necesita ser bien dirigida.