LIBRE ALBEDRIO

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El ser humano ha olvidado que siempre puede elegir y decidir.

Dar sentido a la vida es y ha sido una preocupación constante.

 

En la antigüedad las personas seguían escuelas de filosofía o directamente se convertían en discípulos de filósofos en aras de cubrir esta necesidad. Estas escuelas filosóficas desarrollaban el pensamiento crítico  e invitaban a actuar de forma autonónoma.

 

Cuando el hecho de que hubiese muchos pensadores críticos se convierte en peligroso, estas escuelas y sus seguidores fueron cuestionados y perseguidos. (El poder bien ejercido está reñido con la libertad de pensamiento y actuación)

 

La misma necesidad  de dar sentido a la vida hace que estas filosofías se transformen y aparezcan religiones, no exactamente entendidas como ahora, sino una vez más, como una forma de conectar con uno mismo y darle sentido a la vida. De hecho, las religiones en la antigüedad tenían más de dialéctica y reflexión para encontrar el camino de cada uno que culto y veneración. No buscaban tanto el creer sin cuestionamientos sino de entender los beneficios de seguir un determinado camino o pauta.

 

Es más, tanto las filosofías como las religiones hablan del libre albedrío, concepto que a día de hoy casi parece olvidado. El ser humano ha olvidado esa capacidad innata que tiene de poder elegir y tomar sus propias decisiones. Porque eso es el libre albedrío.

 

¡Vale! Es cierto que no tenemos el control de las cosas que nos pasan, pero sí tenemos la capacidad de decidir cómo vamos o queremos reaccionar a esas circunstancias. Es decir, el libre albedrío establece que el comportamiento humano es reflejo y consecuencia de la voluntad y no de las fuerzas externas a la persona que decide.

 

¿Qué implica eso? 

 

Que tenemos la pausa suficiente para no ser reactivos. Que contamos con la pausa, lo que nos permite reaccionar con una emoción adecuada a una situación determinada.

 

Esta capacidad de elegir, de mirar tanto a un lado como al otro de las posibilidades existentes es lo que nos hace libres y fuertes. Dejamos de quejarnos para actuar siendo proactivos.

 

El libre albedrío es el que nos recuerda que nosotros somos responsables de nuestras acciones, tanto en las malas acciones como en las buenas y que no somos marionetas dirigidas por las circunstancias.

 

Cuando los estoicos hablaban de la dicotomía del control, hablaban de las dos únicas cosas que podíamos controlar, la percepción de la realidad y la conducta que íbamos a tener con base a esa percepción. 

 

No estaban dando una herramienta fantástica para poder utilizar nuestro libre albedrío.