O matar la capacidad de comprender quienes somos y nuestro para qué.
La espiritualidad es un término que se ha ido convirtiendo en algo relacionado con las religiones, cuando realmente se define como “la capacidad que el ser humano tiene para comprender que somos y qué papel hemos venido desempeñando en el mundo”, nuestro para qué.
Esto es algo que nos diferencia de otros seres vivos.
A lo largo de la historia de la humanidad, las personas han tenido la necesidad de entender quienes eran, y cuál era su función en el mundo. Buscando dar respuesta a estas preguntas surgió la filosofía, Epicureos, Cínicos, Estoicos, Escépticos… Todas estas corrientes daban un sentido a la vida del ser humano, marcaban las pautas para llegar a lo que denominaban Ataraxia que se define como un “estado de imperturbabilidad del ánimo serenidad y sosiego del espíritu…” o calma o tranquilidad del alma… lo que acercaba al hombre a la tan ansiada felicidad.
Que la gente tuviese una dirección, que tuviese un sentido, era peligroso para el poder, ya que la virtud, la razón y el cuestionamiento hace a la gente poco manipulable. Estas élites, por tanto, no tardaron en hacer desaparecer las escuelas de filosofía, matando a sus líderes, exiliándolos o persiguiéndolos para condicionar dichos movimientos.
Tiempo después aparecen las religiones, pero no como se entienden hoy en día. La religión surge como medio para seguir entendiendo la naturaleza humana y colaborar en la búsqueda del propósito. De hecho, la palabra religión deriva del latín “ religare” que significa conectar con uno mismo, unir, atar. Una vez más, volvemos al concepto de espiritualidad.
La religión pretende así, dar sentido a la vida de los seres humanos pero una vez más se convertía en algo muy subversivo, algo que podía alterar el orden público y una vez más se intentó aplacar, como se había hecho con la filosofía.
En esta ocasión, aplastar las ideas, no tuvo el resultado esperado, por lo que se tuvo que cambiar el plan y hacer modificaciones en los conceptos para poder mantener a esta multitud, sometida y dormida. De ahí que las corrientes religiosas de hace 2000 años no tengan nada que ver con las actuales, ni en la forma, ni en el fondo.
Así llegamos a nuestros días donde siguiendo los parámetros dictados por el paso del tiempo y bajo el plan establecido de sometimiento y sumisión, el concepto de espiritualidad se asocia a gente “iluminada”, “hierbas” y gente un poco “tocada o rarita”, es decir, no es precisamente algo que se valore cuando en cierto modo, esta gente es la que permanece más conectada con su esencia, eligiendo un tipo de vida con el que son plenamente coherentes, mientras nuestra sociedad, carente de un para qué, vive perdida con más problemas de salud mental que nunca, suicidios, depresiones, ira, miedo…
La espiritualidad tiene que ver con el hecho de mirar hacia el interior, ser capaces de comprender nuestro comportamiento, el mundo y la esencia de las cosas, lo que nos ayuda a ser capaces de percibir la realidad de la forma correcta y reaccionar entonces desde la emoción adecuada.
Tiene que ver con la inversión de ese hábito tan habitual de estar pendiente, siempre de lo que ocurre en el exterior, para convertirlo en un examen hacia el interior.
Tiene que ver con la ruptura de esa creencia, en la que todo lo que ocurre en la vida gira entorno a ti, en torno a lo que te beneficia o no te beneficia, es decir, lo bueno y lo malo.
Resumiendo, tiene que ver con el hecho de tener una actitud ante la vida en la que te haces responsable, tienes un propósito y no te dejas alterar ni por lo bueno ni por lo malo.
Nadie puede dañarte excepto tú, pero aún no te has dado cuenta y no has llegado a esa conclusión.
Con estos nuevos datos, ¿de verdad que te parece tan malo ser espiritual?