La importancia de no interferir

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A veces pretendiendo ayudar evitamos que los demás aprendan

En un pueblo remoto de la India un anciano observaba cómo un niño pequeño acompañado de sus padres celebraba la vida, sonriendo, llamando su atención, sorprendido por todo lo que sus sentidos iban descubriendo.

El anciano mientras tanto, disfrutaba de la escena, ya que sólo una persona que sabe que no le queda mucho por vivir puede apreciar a otra que sabe cómo saborear cada segundo de vida.

En un determinado instante, el niño de cuatro años echa a correr y sus padres le persiguen, tras unos segundos ocurre algo bastante previsible: el niño tropieza y antes de tocar el suelo su padre le coge y evita el golpe, advirtiéndole que debe tener cuidado porque se puede hacer daño.

El anciano al contemplar la escena niega con la cabeza, cosa que llama poderosamente la atención de la madre.

Pasan los años y la siguiente ocasión en que el anciano ya con ayuda de un bastón se vuelve a encontrar con la familia, el niño va montado en un poni. Monta al paso, acompañado de su padre y ante la atenta mirada de su madre.

En un momento determinado niño arrea al poni para que aumente la velocidad, el animal reacciona y la aumenta tan bruscamente que el niño se desequilibra y cae. El padre atento a las circunstancias se lanza de nuevo para evitar el golpe a su hijo, advirtiéndole después que de momento no puede hacer eso, porque se puede hacer daño.

El anciano apoyado en su bastón y viendo la escena, vuelve a negar con la cabeza, mientras se gira para irse, mientras la madre del niño vuelve a observar su gesto quedando completamente intrigada por la actitud del anciano.

Pocos años más tarde el anciano yace postrado en una cama improvisada a la entrada de su casa, cansado, inapetente, sabe que la muerte le ronda. Está sumido en sus pensamientos cuando alguien se le acerca. Son los padres del niño, pero sin él. Ella lloraba desconsolada mientras él la sujetaba. El matrimonio acercándose al anciano le comunica que su hijo había muerto al caer de un caballo. El anciano, triste, niega suavemente con la cabeza.

Ella recordando el gesto del hombre le preguntó - ¿Por qué negaba con la cabeza cada vez que mi marido evitaba que mi hijo se hiciese daño?

El anciano, cansado, cogió lentamente aire y explicó:

Cada ocasión en la que su hijo se equivocaba fue una oportunidad de que aprendiera algo, que su marido con toda su buena intención le negó. Todos venimos a este mundo a aprender y cuando alguien interfiere, las pruebas de aprendizaje son cada vez más duras. Negaba con la cabeza porque sabía que cada vez que el niño no aprendiera, la siguiente lección sería más dura y peligrosa.

La madre le interrumpió furiosa - ¿cómo no nos advirtió de ello?

A lo que el anciano respondió con suavidad - Habría estado haciendo lo mismo que su marido y no habrían aprendido nada